Guadalajara Refugio de Pedófilos

A través de Casa Alberione, la Iglesia Católica mexicana acoge y protege a sacerdotes pedófilos prófugos de la justicia, con el argumento de que están bajo tratamiento psicológico. Gracias al encubrimiento de la Diócesis de Guadalajara, un sacerdote acusado de violar a sus monaguillos logró burlar a la Interpol

Por el llanto se le cortan las palabras. Desde hace seis años, la costarricense Flory Salazar no tiene un solo día de calma. Los remordimientos no la dejan descansar y ha llegado a sentirse la peor mujer del mundo. Madre de una familia religiosa, ahora ni en “la casa de Dios” encuentra consuelo, y cómo, si fue un religioso el que provocó su desgracia.

Flory se repite una y otra vez que ella no fue culpable, y legitima el deseo de ver a su hijo Ariel vestido de monaguillo, como siervo de Dios, porque desde el mismo instante en que el padre Enrique Vásquez se paró frente a los fieles de la iglesia de Santa Rosa de Pocosol, se ganó la confianza del pueblo.

En la pequeña localidad de San Carlos, Costa Rica, todos creyeron en el padre Kike, el joven sacerdote al que recomendó el propio obispo, Ángel Sancasimiro, el más popular del país.

Recién había cumplido 10 años de edad, cuando Ariel llegó de la mano de su madre hasta la iglesia del padre Enrique. Flory lo recomendó, le dijo al padre que era un niño obediente y sería buen monaguillo.

La idea de vestir una larga bata blanca no llamó tanto su atención como las figuras religiosas de la iglesia del pueblo. Santos y vírgenes con el rostro sonriente; debajo de ellos, las veladores humeantes, pero sobre todo, el olor de flores frescas, claveles y nardos, de la música sacra que el padre Enrique le enseñó a escuchar.

En la mente de Ariel aún permanecen aquellas imágenes, así como el rostro del cura que, en medio de amenazas para que mantuviera el secreto, durante los siguientes meses violó a Ariel todo el tiempo en que éste permaneció a su cargo. Fue en 1993, en la vieja iglesia ubicada en San Carlos, localidad de la provincia de Alajuela, cerca de la capital de Costa Rica.

Cinco años después, Ariel, luego de vencer los temores y amenazas infundidos por el sacerdote, rompió el silencio y contó a su madre, con detalle, cuando el sacerdote abusó de él sexualmente. Sometimientos violentos que lo marcarían hasta hoy en día, que es un joven de 23 años de edad.